Hoy en día, las obras de arte, independientemente de donde se exhiban, coexisten con los artículos de consumo en una promiscuidad permanente, física y simbólica. Lo que denominamos el “contexto” no es sino la zona gris de esta cohabitación, de esta confusión. El valor de uso de los conceptos y de las imágenes se ha reducido enormemente al haber aumentado disparatadamente su valor de cambio en el mundo del arte.
Las ferias de arte y otros lugares mayormente comerciales han sido rehabilitados e impulsados a modo de ocasiones en las que se brinda al público la oportunidad de ver arte contemporáneo. Por otro lado, se da por supuesto que la vida no comercial de las obras de arte evolucionará solamente en el espacio de una recepción regulada. A juzgar por las estrategias adoptadas por los gobiernos en diferentes partes del mundo se diría que los niños y el público en general tienen que estar en contacto con el arte contemporáneo, como si se tratara de algo saludable o terapéutico.
A los artistas de hoy parece darles vergüenza abordar el tema de la vida en cuanto problema político, que fue un tópico omnipresente de la vanguardia, de los movimientos de los años setenta y de toda la filosofía del siglo XX. Este tema parece haber encontrado su lugar en la imagen cinética y, así, coloniza documentales y películas de todo tipo, como si el contacto con el mundo material le supusiera una amenaza.
El objetivo del arte ya no es construir o describir mundos posibles, y esto se debe a que esa tarea ha sido completamente asumida por la industria o la televisión. El arte tiene que dirigirse al espectador, ese sujeto desconocido a quien, sin embargo, hay que tener en cuenta.
Las democracias mercantilistas han generado una figura híbrida, el cliente-usuario-ciudadano, cuya función es reclamar aquello por lo que ha pagado. Paradójicamente, sin embargo, hemos llegado a una situación en la que si los servicios públicos, los transportes o la enseñanza, se encuentran en la necesidad de ir a la huelga a fin de hacer oír sus demandas, el gobierno puede objetar que los huelguistas secuestran a la población y causan daños económicos. Visto desde otra perspectiva este fenómeno se puede describir así: los trabajadores son víctimas del chantaje de esta nueva figura que paga por sus derechos y considera que toda forma de lucha es una manera de atentar contra la ley, cuando la ley no es sino el resultado de muchas luchas. Como parte de esta misma estructura económica, el artista se encuentra en una situación similar, no puede olvidar en ningún momento que su obra es una “creación social”.
Deleuze cita a Paul Klee al final de su conferencia ¿Qué es el acto de creación?: los artistas hacen su obra para un pueblo que falta, para una gente que todavía no existe, nunca para el público preexistente. La obra de arte al tiempo que crea su público, crea una gente que antes no existía. Deleuze no cita la obra de arte como instrumento pedagógico controlado, sino como mecanismo de subjetivación para el espectador. No es para él un elemento de educación cívica, sino una herramienta liberadora y desculturizadora, una herramienta para la revuelta.
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Me tranquiliza lo que dice Deleuze porque si no, íbamos de cráneo.
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